jueves, 28 de julio de 2011

DESDE MI DUELO, El dolor de perder un ser querido


Presentación 

             Escribir sobre un libro, pienso, que no es  tarea fácil…pero escribir sobre una historia de vida, que ha causado un inmenso dolor en una persona querida y en su familia, no solo es difícil, es casi imposible, pues qué podría uno acertadamente decir?.
          La vida a veces nos lleva por senderos que definitivamente no quisiéramos caminar, es más, no desearíamos que nadie de aquellos que conocemos los recorriera, pero la vida,  el destino, Dios, o como lo quieran llamar, es muy sabio, le da profundos sufrimientos a aquellos que sabe los podrán soportar y saldrán al otro lado del túnel, transformados, fortalecidos e increíblemente,  aún con ánimos de ayudar a otros.
           Es el caso de este libro, que  no es simplemente la historia de alguien más, es  un compartir a través del crecimiento personal que muestra una de tantas opciones para ser más y mejores después de la pérdida de un ser querido, y de cómo no debemos sucumbir frente a aquello que imaginamos, no podremos soportar. Esta es una posibilidad de mostrar y demostrar que a pesar del dolor, cada quien desde el fondo del corazón puede reencontrar el camino perdido.

                                                                       Liliana Sanz R.
                                                                                   Psicóloga
lilianasanzr@yahoo.com


DEDICATORIA

A mi esposo, Buster por su tenacidad y perseverancia
A mi mamá Mariela por su amor incondicional y permanente
A mi hijo David José por su sabiduría



En memoria de Juan Sebastián Arrieta Lizarazo

11 de abril – 1 de octubre de 2005


“Lo más auténtico de nosotros es nuestra capacidad de crear, de superar, de soportar, de transformar, de amar y de ser más que nuestro sufrimiento.”
Ben Okri

S
é lo que se siente, conozco de cerca ese sentimiento de impotencia, de no poder cambiar lo sucedido, el dolor, la incredulidad, esto no puede estar sucediendo, no a mí, por qué, por qué?
Así es la muerte, llega, simplemente llega, a veces avisa, a veces no, pero de todas las formas en que llegue duele hasta la médula.
Una de las situaciones más difíciles que tiene que enfrentar un ser humano, es la pérdida de un ser querido.  Se descompone todo, la vida social, la relación con los demás miembros de la familia, la personalidad, los compañeros de trabajo o de estudio.
Perdí a mi hijo de 6 meses, a las 2 y 15 de la tarde, un nublado sábado 1 de octubre de 2005, de  manera sorpresiva, inesperada, todo cambió en  5 minutos mientras me duchaba.
Una semana atrás había visitado al médico pediatra para consultarle por un salpullido en la cabeza de Juan Sebastián.  “Es normal”, me dijo el especialista, “es frecuente en los lactantes, lo produce la leche materna, no se preocupe, su hijo está hermoso y grandote, la felicito”!. Salí de allí muy orgullosa sin sospechar lo que vendría.
Todo marchaba idealmente, acabábamos de comprar un apartamento, un carro, teníamos nuestros trabajos estables, nuestros hijos David José de año y medio  y Juan Sebastián de 6 meses, ¡que más se le puede pedir a la vida!.
Esa mañana fue tranquila, mi esposo, que generalmente trabaja los sábados ese día no tuvo que ir a trabajar, por esas cosas del destino. Habíamos planeado ir a almorzar a la casa de mi madre y luego ir a comprar cuadros para adornar nuestro hogar.
Estuvimos jugando en la cama los cuatro, vimos televisión, les di tetero a los niños y a Juan su primera compota que recibió con agrado. Ese día programaron en el conjunto de apartamentos una jornada de fumigación contra los zancudos, así que cuando nos  tocó indicamos al operador hacerlo especialmente en el baño, mientras los demás nos ubicamos en el cuarto principal con la puerta cerrada y la ventana abierta
Luego, bañamos a los niños y  los vestimos, mi esposo hizo lo propio también. Seguido me tocó el turno pero Juan Sebastián empezó a llorar y llorar, no lograba calmarlo. Lo arrullé tratando de tranquilizarlo pero no fue suficiente y hasta mal genio me dio, así que lo dejé en su cuna mientras me entré a bañar.
Mi esposo quedó a cargo y fue nuevamente al cuarto de los niños a calmarlo y tampoco lo logró y también sintió enojo, como yo. Se devolvió al cuarto principal y de repente no escuchó nada, así que fue a revisarlo y lo encontró  con vómito en la nariz y la boca. Intentó auxiliarlo, darle respiración, reanimarlo… cuando salí lo encontré tratando de darle aire boca a boca.
Desesperada llamé a la central de urgencias,  describí atropelladamente la situación pero no lograba darles la dirección porque no me la sabía. Ubiqué un recibo de servicios públicos, la dicté y les di unas señales de cómo llegar al lugar, tardaron 7 minutos, dos ambulancias, subían aparatos, le colocaban inyecciones y luego de 20 minutos, el médico se dirigió a mi y me dijo “Mamá no hay nada que hacer, el bebé no respondió”.
Mientras que pasaban esos afanes rezaba y rezaba porque esto no fuera realidad, porque sólo fuera una tontería y me dijeran que acá no había pasado nada- El médico me lo repitió y yo no le entendía hasta que fijé mi mirada en su cuerpo pequeño, extendido, relajado, inmóvil, sus labios entre blancos y azules, su ojos cerrados.

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Los especialistas en los procesos de duelo han identificado unas “fases” o momentos. No se trata de un desarrollo etapa por etapa sino que dependiendo de muchos factores pueden ir y venir sobre una línea horizontal. Cada quien tiene su tiempo para vivir el duelo. La primera es la de aflicción aguda donde hay un shock emocional, se presenta incredulidad ante los hechos, alteración de la comprensión, confusión y angustia. Así mismo se pueden presentar síntomas físicos como ahogo, mareos, inapetencia, sudoración fría, entre otros
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Avisé a mi mamá  de lo sucedido y llegó a los pocos minutos. Quedó impactada, pero ella, una mujer de carácter  fuerte se apersonó de la situación, porque mi esposo y yo parecíamos unos zombis.  Llamó a las autoridades como lo indican las leyes de Colombia, solicitó a los médicos de las ambulancias nos expidieran el certificado de defunción, pero se negaron.
Mi preocupación se enfiló entonces a que se llevaran a mi niño a Medicina Legal para practicarle una autopsia, me moría del horror de pensar que abrieran su cuerpo, pensé hasta en huir con él con tal de evitar esa situación.
Llevaba trabajando desde hacía 6 años en una Corporación que agremiaba funerarias, me dedicaba a organizar eventos de capacitación para los funerarios de todo el país en temas como tanatopraxia,  atención al cliente, orientación en el duelo, mercadeo entre otras materias y ahora que me tocó  vivir de cerca esa nefasta experiencia, no hubo teoría que me explicara los sucedido.
Afortunadamente llegó una doctora de la Secretaría de Salud, revisó a mi niño y certificó que su muerte se había producido por una broncoaspiración, con base en las anotaciones e informaciones que le dieron los doctores de las ambulancias y descartó una posible negligencia  o maltrato infantil, pensamiento que también me asustaba. A estas alturas no sé a cual “ángel” debo agradecerle este favor.
Familiares y amigos acudieron al apartamento a medida que iban avanzando las horas, llorando, preguntando por lo que había pasado. Pude sentir su solidaridad, su compañía y ahora que recuerdo, ninguno quiso ver  a Juan Sebastián muerto sobre la cama, el cuarto fue cerrado hasta que partimos para la funeraria.



UN  FUNERAL  CON  ESTILO  PROPIO


Lo envolví en una de sus cobijas y por el camino me hacia la idea que estaba dormido, que eso no estaba pasando y de repente me envolvía una angustia y una rabia de ver que trataba de engañarme y no podía. Todavía su cuerpo estaba tibio y yo  lo besaba para no olvidar esa sensación
Llegamos hacia las 5 de la tarde a la funeraria de la cual era propietario mi Jefe de ese momento, Don Pedro Nel López Forero y lo acosté en una camilla. Al llegar mi jefe tampoco lograba creer lo que veía y golpeado por la situación también lloró a la par de nosotros.
    Juan Sebastián el día de su bautizo
Tampoco olvidaré la expresión del tanatopráctico, Evelio,  un muchacho al que había visto muchas veces en los cursos que yo organicé para el sector, estaba compungido, dolido, pendiente de la decisión que fuéramos a tomar al respecto. No quisimos que al niño lo tocaran, queríamos que su cuerpecito permaneciera intacto, inmaculado como el día que nació
Le cambiamos la ropita que tenia, estaba rota porque los médicos la habían cortado con tijeras para hacer los procedimientos. Le pusimos su ropa de bautizo, un hermoso vestido blanco elaborado en hilo que había estrenado 3 meses atrás
Vino luego Graciela, ella era la encargada de detalle del servicio: el cofre, la sala, el destino final. Generalmente los servicios de los niños no tienen velación (en la religión católica) pero en verdad nos permitieron hacer lo que quisimos. Ella, muy delicadamente y solidarizada con la situación me preguntó cual sala queríamos escoger y recuerdo que le dije “es como si me dijeras que dedo quiero que me machuquen,  no sé Gracielita, la que tu digas está bien”, le contesté. Nos organizaron la sala principal y desde esa misma noche empezaron a llegar familiares y amigos que se enteraron de nuestra desgracia.
Recibimos también muchas llamadas de amigos y parientes de otras ciudades y hasta del exterior, no sabían qué decir (y es que acaso hay algo para decir?). Algunos en su intento de darnos algo de alivio decían cosas desatinadas como que todavía podíamos tener otro hijo, como si se tratara de reemplazar un carro estrellado. Ese fue otro aprendizaje
En Bogotá no es permitido velar toda la noche, así que cierran las funerarias entre las 10 y 11 de la noche, pero nosotros quisimos quedarnos, no íbamos a dejar solo a Juan Sebastián. Unas primas se hicieron cargo de mi hijo mayor, David José  y una amiga estuvo acompañando a mi madre.
A pesar del cansancio no había sueño, nos quedamos sentados allí, arropados con una cobija, en silencio, todavía chocados  por este gran golpe que nos había asestado la vida. Hacia la 1 mi esposo fue al baño y yo me fui al cofre a ver a mi niño, a tocarlo, a moverlo y me derrumbé, me arrodillé clamando por clemencia. Mi esposo llegó y me abrazó muy fuerte y lloramos a mares
Amaneció y  nos retiramos de la sala para ir hasta el apartamento solo para cambiarnos. Que silencio tan aplastante, que vacío tan profundo. Regresamos y seguimos velando hasta  el medio día. Amigas intentaban llevarme  para hacerme comer algo pero la verdad no me pasaba ni la saliva. Además no quería desaprovechar  un segundo de las últimas horas con Juan
No es costumbre  realizar misa para los niños pero en su lugar pensamos en una para nosotros, los que nos quedamos, así que un amigo ubicó un cura que estuvo dispuesto a acompañarnos porque el  de mi parroquia el mismo que le bautizó se negó precisamente por  la costumbre. Claro que me dijeron que en la misa de medio día solicitó una oración por nosotros, En fin, lo importante es que hubo quien.
Fue muy emotiva esa eucaristía en la sala, hasta tuvo un momento muy intenso cuando de golpe se abrieron las ventanas y al final, no sé de donde, me dirigí a todos para agradecerles su compañía y a Dios por el privilegio de haber conocido a un ser tan especial como Juan Sebastián.
Decidimos que la cremación  era la mejor opción, yo que conozco el paso a paso de la descomposición  no quería imaginar eso para mi hijo. Por el contrario creemos que el fuego purifica y libera al alma del cuerpo con mayor rapidez… bueno eso es lo que creemos, no es que sea la última verdad.
A pesar de que en Bogotá es prohibido ir en el carro fúnebre tuve la “fortuna” de ir allí acompañando a mi hijo hasta su último momento en esta Tierra. En el crematorio se produjo un momento de tensión al momento del último adiós. Mi mamá pensó que iba a desmayarme o algo parecido, así que me dio un abrazo muy fuerte superprotector, pero le dije que estaba bien, que quería darle mi adiós. Lo besé, lo abracé, lloré igual que mi esposo y luego se fue.
Como conocía a los administradores  del crematorio no tuve que esperar y ese mismo día me entregaron sus cenizas… y pensar que 24 horas antes estábamos alistándonos para ir a almorzar donde mi mamá, cómo da vueltas la vida en un segundo.
Los siguientes días fueron increíblemente tediosos, intentamos hacer la vida normal, llevar a David José al colegio, y en el trabajo nos dieron la semana libre que fue eterna, toda la rutina diaria se desprogramó

LA  HORA  DE  LA  VERDAD


N

os preguntábamos continuamente el por qué nos había pasado esto, tal vez sería la compota que le di, o tal vez el tetero, o de pronto fue la fumigación que fueron a hacer al conjunto de apartamento, no eso no pudo ser, seguramente fue un gas que no le sacamos. Todo, absolutamente todo era objeto de respuesta a ese interrogante.
Algunos familiares  llegaron a decirnos que lo habíamos descuidado, que no le colocamos suficiente atención, que no supimos interpretar su llanto, hasta yo culpé a mi esposo por no haberme avisado cuando empezó todo y esa afirmación me costaría más llanto  y dolor en el futuro.
Al  principio recibíamos llamadas de los amigos cercanos, con el tiempo eso fue pasando, llega un momento en que se siente la soledad. Para nosotros el tiempo se detuvo y para los demás la vida siguió.
El reintegro al trabajo fue duro, desanimado, el mero hecho de levantarse era un fastidio. Desde contestar llamadas hasta las reuniones eran un recordatorio diario de la tragedia. No faltaba quien preguntara por “los niños” y volver a contar y recontar  la historia.
A los 8 días de fallecido quisimos hacer algo distinto, hacer de ese sábado actividades que no nos recordaran lo que había sucedido el anterior, así que viajamos a un población cercana y fue como haber encontrado un oasis en el desierto.
La semana siguiente tuve un incidente saliendo del conjunto de apartamento, atropellé con el carro a un ciclista, afortunadamente sin consecuencias qué lamentar, solo el susto y un golpe en uno de sus dedos. El señor no quiso que lo llevara al hospital y dijo estar bien, que no me preocupara, por el contrario pareciera que yo fuera la atropellada. Mi atención estaba en otro lado.
Al  mes coloqué  sus cenizas  en el mismo nicho donde reposan  las de mi abuela materna. Quedaron en una cajita muy especial que nos la envió Don Fernando Arango, un respetado y reconocido funerario del país, quien años atrás vivió la muerte de su hijo. El entendía perfectamente por lo que estábamos pasando. Allí están sus cenizas, en la misma iglesia donde se realizó mi matrimonio.
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La segunda fase se trata de la conciencia de la pérdida. Pasado el agite del funeral, la verdad golpea con fuerza la realidad se presenta un desasosiego por la separación y es común exclamaciones de ruego y ansia de volver a ver al difunto. El estrés y los sentimientos de culpa atacan sin consideración. Aparecen los “si yo hubiera”, “si el médico hubiera” , “si Dios hubiera”, etc. Se acrecientan los sentimientos de rabia, intolerancia e ira, hasta por lo más insignificante. Acompaña esta fase una búsqueda constante del fallecido, se siente su presencia y aumentan lo sueños relacionados con la situación.
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Con el tiempo las llamadas de los amigos, las visitas, los correos electrónicos fueron disminuyendo. Noté que uno hace una especie de lista negra de  quienes nos llamaron o nos  visitaron y de los que no lo hicieron. Cuando volví a encontrar a esas personas me dijeron que no nos habían llamado porque no sabían que decirnos
Recuerdo con mucho aprecio un mensaje de texto que llegó a mi celular que me tocó el alma, decía “te llevo presente en mi corazón”. Desafortunadamente no supe quien envió esa frase tan bonita
La empresa de mi esposo colocó a nuestra disposición una psicóloga para que nos fuera ayudando en el proceso del duelo. En esas charlas salieron a flote los problemas que como pareja teníamos. Me di cuenta que el recorrido del duelo no tiene fin, sólo varios caminos unos  llenos de rocas, otros  con un paisaje hostil y otros una llanura.
Cuando salía a la calle sentía que los demás sabían  lo que había pasado, entendí por qué algunas personas parecen amargadas, tal vez están viviendo alguna desgracia. Todo desemboca al dolor intenso, uno busca consideración de los demás como si fuera la única persona en el mundo que sufriera, incluso pretende que se otorguen “privilegios” como que no le hagan esperar en una fila, o no se apliquen multas o cualquier cosa por el estilo, El duelo en ocasiones se vuelve una excusa.
Afortunadamente no sufrí de insomnio, pero mi esposo me contaba que gimoteaba mientras dormía, me esforzaba por soñar con mi hijo. Al contrario lo que quería era permanecer durmiendo para escapar de la ruda realidad que me tocó.
Otro cambio que noté es que ya no veía los colores tan vividos, mi visión disminuyó de manera importante, la memoria me fallaba, la desconcentración era total y la música ya no me tocaba el corazón, pareciera como si hubiera perdido la sensibilidad hacia las notas que le transmiten emociones.
Una de las situaciones más agobiantes de comienzo de esta horrible situación era sentir mis pechos producir la leche para un hijo que ya no estaba y por todo lo que significaba, me explico: Juan Sebastián fue mi “realización” como madre ya que después de mi primer hijo, a quien no supe amamantar y crié a punta de tetero, me sentí más preparada para asumir ese rol. Así que darle de lactar fue simplemente apoteósico, Ahora lo veo desde otro punto de vista, fue maravilloso haber tenido esa experiencia.
Ubiqué un grupo de autoayuda de padres que han perdido hijos que se llama “Fundación lazos”, empecé a asistir cada 8 días. Conocí gente muy especial, con historias muy duras. Compartí con ellos lo poco que sabía sobre el duelo, les conté mi experiencia. La mayoría habían perdido hijos adolescentes o adultos y la única que había perdido un bebé era yo.
Un día conversando con una mamita que había perdido su hijo de 25 años en un accidente, me comentaba lo difícil que era para ella la muerte de su hijo. Me decía que ya no tenía fuerzas para soportar el dolor.Para ella era su esperanza porque acababa de graduarse de una ingeniería, “todo lo que invertimos en él y ahora para que?”, decía sollozando Le manifesté mi solidaridad por su sentimiento y me contesta “cuanto tenía su hijo? 6 meses? Ah no, lo mío si es muy duro porque mí hijo tenía 25 años”.
      Quedé estupefacta y al principio sentí rabia, pero rápidamente cambié mi emoción y le expliqué. “A los hijos se les ama no por la edad que tienen, sino precisamente porque son nuestros hijos… yo también perdí al mío”. Ella se sintió apenada y entendí que ese comentario fue producto de su frustración. Las pérdidas perinatales y las de los bebés son las menos valoradas en la sociedad.
Al cabo de un par de meses dejé de asistir al grupo, me confundía un poco escuchar  las infelices historias de muchos papitos y no estaba preparada para ayudarlos en algo.
Todo me recordaba o conducía a Juan. Preciso me encontraba con alguna señora con un bebé de la edad de Juan, o prendía el televisor justo en la propaganda de pañales. No toqué nada de su armario, su ropita estrenada y la que le quedó nueva, su juguete preferido, una mamá elefante de tela muy suave que tenía un bolsillito donde guardaba su hijo elefantico, su tetero, su álbum de fotos…
FECHAS  ESPECIALES
            Llegó el 31 de octubre, el día de los niños y mi corazón estaba partido en dos. Por un lado preparando y festejando a David José y por el otro la ilusión perdida: de qué hubiera disfrazado a Juan?.
           Se acercaba diciembre y la verdad quería como frenar el paso de los meses, no tenía nada que festejar. Me decía “Es que acaso el mundo no entiende que no tengo motivos para reír, para celebrar, para desear felices nada”?!
          A comienzos de diciembre recibí una llamada muy alentadora, era Don Fernando Arango para preguntar cómo estábamos. Le comenté que no muy bien, que la situación era muy triste, así que me hizo una invitación junto con mi esposo para viajar a Medellín a pasar un fin de semana y asistir a las charlas sobre el duelo que cada fin de semana el Dr. Jorge Montoya Carrasquilla hace para los dolientes de Funeraria San Vicente.
Ese fin de semana coincidió con el día de las velitas o Celebración de la Virgen y es el comienzo oficial de la navidad donde se prenden las luces. Ese viaje fue un oasis, como cuando se le echa una crema refrescante a una quemadura. Compartimos con el Dr Montoya durante la charla junto con otras personas que también estaban pasando lo mismo que nosotros: habían perdido un ser querido.
El Dr Jorge Montoya Carrasquilla es un médico psiquiatra dedicado desde hace varios años a trabajar el tema del duelo. Fundó con el respaldo de Don Fernando Arango la primera Unidad de Duelo de una funeraria en América Latina. Cada fin de semana asisten numerosas personas que han sufrido una pérdida o sus familiares y amigos para aprender cómo sobreponerse o cómo acompañar en estas situaciones.          
        En consulta privada  nos hizo un ejercicio en donde nos solicitaba leer un documento con la hoja pegada a la nariz, luego al retirarla a la distancia prudente podía leerse lo que decía. Nos explicó que así estábamos en este momento buscando respuestas a  lo sucedido, pero que con el tiempo íbamos a poder ver lo que la vida quería enseñarnos.        
       Cinco meses después de la muerte de Juan decidí que quería tomarme un tiempo, no me sentía con todos mis sentidos para responder por el trabajo. Presenté mi renuncia y aunque no fue aceptada me retire.          
       Mi esposo optó por trabajar y trabajar, enfocarse en eso. Se iba muy temprano y llegaba tarde, así que poco hablábamos o compartíamos y el tema del duelo ni se tocaba. Era como un “acá no ha pasado nada”.           
       Mi rutina diaria era levantarme, abrirle la puerta a Berenice,  la nana de mis hijos, ella se encargaba de todos los quehaceres del apartamento, alistar a David José para ir al Jardín, llevarlo y volver. Pagar recibos de servicios públicos y dormir, dormir y dormir.         
       Me llené mucha ansiedad, tanto que sentía que la carne me ardía por dentro y me llené de rabia, de ira, de intolerancia.  Unos días amanecía bien y otros muy desolada y desesperanzada, es lo que los especialistas llaman “la montaña rusa”            
      Poco a poco la gente (o yo?) se fue desconectando, el tiempo se detuvo y sólo amigos cercanos llamaban con alguna frecuencia para saber cómo estábamos. Fui sumiéndome en una profunda tristeza. Me decía a mi misma la mala suerte que me tocó y rompí relaciones con Dios. Esto no era justo, me repetía en mi diálogo interno, me preguntaba el por qué, me cuestionaba si eran malas acciones mías y era la forma de “pagar” por ello (?).            
      Curiosamente Juan Sebastián nació un 11 de abril, misma fecha en que cumple años mi esposo. El fue su regalo de cumpleaños y el  parecido físico  calcado de su padre. A pesar de la ilusión fallida, siempre compro una tortica y celebro el natalicio de ambos, aunque suele suceder que nos inundan  sentimientos encontrados            
        Mientras, mi mamá me observaba, me acompañaba y soportaba con paciencia mi mal genio, desánimo y desazón por la vida. Que bella mi mami, ahora entiendo que ella sufre el doble que yo: por mí y por su nieto. Un día me propuso visitar una psicóloga que la había tratado a través de su servicio de salud. Acepté.
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Un tercer proceso es  la “Conservación aislamiento”. La mayoría de los testimonio de personas en duelo coinciden en afirmar que es la más dura y que se aproxima a la depresión como enfermedad. El doliente prefiere estar solo y presenta una sensación de cansancio y desánimo. Hay una impaciencia porque el dolor no cesa y un repaso obsesivo de los hechos. El apoyo social disminuye porque “aburre” a los demás tanto lloriqueo y lamentaciones. La necesidad de sueño aumenta producto del cansancio físico y mental.           
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CAERSE  Y  LEVANTARSE, VOLVER A CAERSE Y VOLVER  A  LEVANTARSE
            Empecé a recibir las visitas de la Dra Sandra cada ocho días y más que el duelo en sí mismo fue un viaje a mi interior, libre de prejuicios religiosos o morales. Descubrí que no tenía las herramientas suficientes para sobreponerme por mi cuenta y que mi ignorancia emocional no me permitía salir del hoyo.  Fue muy edificante recibir esta asesoría profesional porque empecé a entender que no se trataba de un “por qué”, sino de un “Para qué”.           
          Las vivencias, especialmente las negativas o dolorosas, deben servirnos para hacernos crecer como personas, como seres espirituales y como parte de una familia y de una sociedad, Si no se logra extraer ese aprendizaje no estamos haciendo nada, estamos perdiendo el tiempo.
            Y precisamente pesando en ocupar mi tiempo decidimos con mi esposo crear una empresa dedicada a la comercialización de huevo en polvo (muy interesante a propósito). Bueno fue realmente una idea de él y la intención era que yo liderara ese proceso. Solicitamos préstamos, buscamos asesoría legal y contable y salimos al ruedo. La primera producción se dañó y en resumen todo fue un desastre. Hoy entiendo que no era el momento para emprender ese proyecto.
            Para mi esposo, estas “ayudas” no eran necesarias para él, según su punto de vista. Sin embargo su nivel de tolerancia cada vez era bajo y más bajo. Ir a un restaurante podía convertirse en una situación estresante. Si no le gustaba la forma como servían o como atendía el mesero se formaba un problema y yo sufría de pena ajena. Llegó un momento en que cuando se presentaban esos impasses yo me salía con David José y lo dejaba sólo.
            Sucedió que de tanto exceso de trabajo mi esposo terminó por enfermarse, le salieron un par de hernias que lo dejaron “fuera del aire” como dirían en su trabajo. Eso hizo que permaneciera más tiempo en el apartamento, lugar donde sucedieron los hechos y además que no tuviera un “escape” para enfrentar el dolor de la pérdida. La Dra Sandra lo atendió un par de veces y en la segunda cita nos informó que ya no estaba al alcance de la psicología seguirle tratando, que recomendaba que visitara al psiquiatra para que dictaminara si era necesario algún tratamiento con medicación.
            Eso fue muy duro para él, “¡yo no estoy loco!”, gritaba, pero finalmente lo convencí para que pidiera una cita. El especialista lo vio y efectivamente lo medicó. No sabíamos a lo que nos enfrentábamos, lo que si sé es que nos esperaba una batalla muy dura.
            Nuestra relación se deterioró bastante, la falta de comunicación los reproches continuos, las culpas provocadas, el dolor adicional causado, las deudas latentes y apremiantes. Mejor dicho, el mundo se nos derrumbó en todos los aspectos de nuestra vida.
            Empecé entonces a buscar oportunidades laborales, Surgió entonces una posibilidad de asesorar un trabajo en una empresa de previsión exequial. Curiosamente esto se dio a través de la persona que reemplacé en la corporación de funerarias y que realmente no tuve oportunidad de conocer en ese momento. Desde el comienzo de la pérdida de Juan, Yaneth llamaba de cuando en vez para saber de nosotros. Dicen que en las tragedias es que se conocen a los amigos  y por eso le alcanzan a uno los dedos de la mano para contarlos.
            Me contactó un amigo, David Bedoya, que había iniciado un grupo de consultoría para el sector funerario, llamado Funeral Consulting Group. Me encantó la idea porque se trataba del gremio para el cual venía trabajando y acumulando experiencia y él por su parte confiaba en mis competencias para organizar y convocar eventos. Sin un peso en el bolsillo arrancamos y alcanzamos a organizar tres capacitaciones en Medellín, Barranquilla y Bogotá.
            Justo cuando aprobaron la propuesta y firmé el contrato de asesoría con La Ascensión  y realizaba el seminario en Bogotá para F C Group  me enfermé gravemente y tuvieron que internarme en una clínica donde terminé en cirugía para extraerme la vesícula. Por algún lado tenía que reventar toda mi angustia, dolor, rabia y frustración y fue así, a costa de mi propia vida.
            Otra vez pensaba, “que mala suerte la mía, no me sale nada bien, cada vez que intento salir algo pasa y etc, etc, etc., … malos pensamientos todo el tiempo.
            Salí avante de mis problemas de salud y finalmente La Ascensión me contrató directamente. Fue un alivio para mis preocupaciones financieras. Pero por el otro lado mi matrimonio más que deteriorase se desmoronaba a pasos agigantados.
            Mi esposo se sumió en una depresión profunda producto de la culpa y los sentimientos de impotencia. Mientras tanto yo trataba de sobrevivir y proteger a David José de todos esos problemas, porque no era justo que fuera él quien pagara las consecuencias.
            Me decía que no quería vivir más, que no podía salir de ese abismo, que todo estaba acabado. Yo adopté una posición muy drástica y crítica y él me reprochaba mi dureza. Le exigí que pusiera la cara y enfrentara la situación, por él mismo, por David José, por mí. Finalmente un 23 de diciembre de 2007, aprovechando que mi mamá  y mis primas se habían llevado a David José a unas vacaciones a la playa, recogí mi ropa y la del niño, sus juguetes y me fui del apartamento y retorne al refugio que me ofrecía mi casa materna, donde me crié, crecí, me eduqué y salí para formar mi hogar.
            Nadie de mi entorno conocía de mi situación, ni siquiera mi propia familia, no quería mortificar a nadie, no quería convertirme en la “de malas” a la que todo el mundo le saca el cuerpo para no “contagiarse” de esa sal. Ahora, además del dolor de perder un hijo tenía que empezar a procesar el dolor de una separación, que en últimas significaba fracasar en el proyecto de vida, pensaba en esos momentos.
            Pasaron 3 días hasta que mi mamá se dio cuenta que algo pasaba y la actualicé. Se entristeció mucho pero como siempre me brindó su apoyo incondicional. Ese mismo lapso de tiempo le tomó a mi esposo volverme a contactar a pesar  de mis evasivas, pero justamente ese límite fue el empujón que necesitó para sacar fuerzas de la nada y decidirse por luchar para superar la situación.
            Cuando mi mamá y David José regresaron de las vacaciones afortunadamente habíamos conversado y arreglado los problemas profundos y decidimos emprender una vida nueva. Nos instalamos en la casa y al cabo de un par de meses logramos vender el apartamento con todo y muebles, pagamos deudas y empezar de cero.            
            Admiro mucho la capacidad que tuvo mi esposo de superarse a si mismo, a su dolor, tanto que no hubo necesidad de seguir con la medicación ni visitas al psiquiatra. Fue un acto consciente y decidido movido por el amor.            
          Un día me encontré una prima, llamada Paola, muy querida con quien hacía mucho tiempo no nos veíamos. Durante el almuerzo ella me contó, entre otras cosas, de un libro que estaba leyendo sobre el  poder que tienen nuestros pensamientos  y su influencia en las cosas buenas y malas que nos suceden.
            El tema me dejó inquieta y me hizo reflexionar acerca de mi actitud hacia la vida desde la muerte de Juan. Caí en la cuenta de mis pensamientos derrotistas y pesimistas repetitivos, bueno, es que no era para menos, era que se había muerto mi hijo y con eso se había mutilado un pedazo de mi alma.
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Viene un momento de aceptación emocional e intelectual de la pérdida, a esto se le llama “cicatrización”. En ella se reconstruye una nueva persona, es como una renovación. Se retoma el control de la propia vida. Se asumen nuevos roles, inclusive los que desempeñaba el ser perdido. Se reconoce que se aprendió algo de esta experiencia. Comienza la tarea de reconstruir el mundo en sus tres esferas: realidad, sentido de la vida y personalidad. Como parte del proceso de adaptación se perdona y olvidan  situaciones conflictivas del pasado.
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            Han pasado 4 años 4 meses desde su fallecimiento y a pesar de que aún tengo altibajos en mi estado de ánimo, me he reconciliado con la vida, con Dios, he perdonado y he pedido perdón, lucho a diario y me fortalezco para enfrentar todos los problemas que se me atraviesen.         
            Mi vida es tranquila, mi familia ha sido mi fuerza, mi escudo, mi impulso para el día a día. Mis amigos me quieren, me aprecian, valoran mi conocimiento, Tengo el mejor esposo del mundo, el amor de mi vida y tengo a mis hijos, uno a mi lado y otro en mi corazón, tengo mi profesión, mi trabajo y nuevas oportunidades, que más se puede uno pedir?           
           Todavía no tengo las respuestas del por qué pasó algo tan terrible para nosotros, pero si sé que hoy soy mejor persona y que al compartir mis vivencias es posible que mucha gente encuentre la fuerza para seguir caminando en el duelo o acompañar a quien lo esté viviendo.          


          Cada 1 de octubre los Arrieta Lizarazo programamos un día en familia, pedimos permiso en nuestros respectivos trabajos y el colegio de David José, vamos a cine, a un parque, almorzamos en un lugar bonito y en la noche asistimos a misa en la iglesia San Juan Bautista de la Salle. Visitamos el cenizario donde se encuentran los restos de Juan Sebastián y volvemos a llorar su ausencia con lágrimas sabor esperanza.


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               Cuando se acepta la realidad y se acomoda a su nueva circunstancia viene la Renovación. Aquí el apego a la persona fallecida se ha desatado y se vive para si mismo, Descubre y se reconoce una valentía que antes no veía. Acá también se excluye al fallecido de las actividades cotidianas y se aprende a vivir sin él o ella. A pesar del largo recorrido, las fechas especiales o de aniversario pueden traer consigo angustia, como en las etapas iniciales.
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 Mi duelo lo resumo en una frase que muy sabiamente escribió el Dr Jorge Montoya Carrasquilla en 1998
"En ninguna otra situación como en el duelo, el dolor producido es TOTAL: es un dolor biológico (duele el cuerpo), psicológico (duele la personalidad), social (duele la sociedad y su forma de ser), familiar (nos duele el dolor de otros) y espiritual (duele el alma). En la pérdida de un ser querido duele el pasado, el presente y especialmente el futuro. Toda la vida, en su conjunto, duele"



DESDE MI DUELO, te digo que te entiendo, que me solidarizo con tu sentir, que comparto tu dolor, que te llevo presente en mi corazón
                                                                                              Edna A.
Bogotá D.C. febrero de 2010



PUEDES CONSULTAR MAS INFORMACION SOBRE EL DUELO EN
http://montedeoya.homestead.com/duelos.html. Todas las notas de pie de página sobre las fases del duelo fueron tomadas de la página elaborada por el Dr Jorge Montoya Carrasquilla.
www.funerariasenred.com
o escríbeme a edna.lizarazo@gmail.com

1 comentario:

BUSTERCAM dijo...
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